Dos Perras Tengo

Dos Perras Tengo

09/11/2025

Y es genial. Una es grande y la otra es más chica.
La grande ya llegó grande, con sus mambos, sus quilombos, sus mañas, le dicen.
Rompía todo, mordía todo y hacía de todo en todos lados, todo el tiempo.
Una vez salí cinco minutos y, para cuando volví, tiró ocho platos al piso, rompió tres tazas y destruyó mi vida social.

Pero ya no es así. Se sabe comportar cuando estoy y cuando no.
Hace mucho caso; da miedo un poco a veces.
Le digo que se siente y se sienta.
Le digo que ladre y ladra.
Le digo que haga caca y… va, hace caca y vuelve.

Afuera, obviamente. No le voy a enseñar a que me cague en la casa.
A la chiquita sí tuve que enseñarle a que me cague la casa, porque al principio no deben —pueden, pero no deben— salir al mundo. Cuando les faltan las vacunas.

Recién a los 4 meses, aprox., pueden salir tranquilos sin tanto riesgo a morirse porque sí. Capaz lo sacás a pasear, al otro día se desinfla todo y muere. Así como así.
En ese tiempo tiene que hacer caca adentro porque, si no… se infla, muere, explota, y salpica todo de caca.

Y bueno, la chiquita aprendió a hacer mmh-mmh y pis en el baño. Para eso tuve que darle de comer y esperar a que le den ganas de hacer algo. Ahí, sentado, mirando a una perrita de dos meses por cinco, diez, quince, veinte minutos, media hora… una hora, una vez.

Y la tenés que mirar con atención, porque en un descuido va y mea todo. Apenas arranca, tenés que levantarla y llevártela a donde querés que haga. Y cuando hace ahí le das un súper premio y le hacés alta fiesta y le decís que todo bien y que es el mejor perro del mundo. Y es así, porque en ese momento esa es una victoria enorme: que haga caca o pis en el lugar que vos querés, y no en su cama, por ejemplo.

Porque vivía haciendo pis en su cama.
Y meaba más que la perra adulta.
Y no es que te avisaba: se tiraba y dormía en su pis. Y después meaba de vuelta. Y cuando decidía que era mucho pis en su cama, iba y le meaba la cama a la adulta.

Y la adulta venía y se me sentaba al lado y me miraba fijo con cara de:

“Mirá lo que me hacés sufrir. ¿En serio querés esto?
Tirala por la ventana. Ya fue.”

Y a mí también me daban un poco de ganas, porque tenía todos los trapos de piso de la casa ocupados: o con pis, o en remojo con lavandina, o con algún químico raro súper fuerte para que quite el olor. Porque si queda una molécula de pis, el perro ya se entera y piensa:

“Acá hay olor a pis.
Acá hice pis.
Este es mi pis.
Acá puedo hacer más.
Acá se hace.
Genial.”
Pssssshhhh (pis).
“¡Pero la puta madre!” (yo).
Grrrrr (yo, gruñendo con gesto de querer matarla).
“No…” (yo, arrepintiéndome porque ya pasó mucho tiempo).

Y es así: si pasa un ratito nomás, ya no lo podés retar. Piensan el tiempo distinto, lo viven distinto. Sienten más la causa y efecto que el tiempo en sí.
Es como si para ellos el tiempo fuese un conjunto de recuerdos del estilo:

“Pasa esto y después pasa esto otro.”

Distinto de nosotros, que decimos:

“Bueno, me voy. Ahora en un rato vuelvo. Le dije que llegaba a las 18:30.”

Fijate que ahí están el presente, el futuro, el pasado y un número que podría ser cualquiera de los tres.
El perro no está para esas pelotudeces del tiempo.
Está para dormir encima de su pis, que no sabe si lo hizo ayer o mañana.

Y me acuerdo que la chiquita jugaba un tercio del tiempo, otro tercio cagaba y el resto jugaba con su caca.

A ella sí no le importaba el tiempo. Si había agua en el tazón, iba y tomaba. Si había comida en el plato, iba y comía.

Me acuerdo que tenía parásitos cuando llegó. Estaba toda hinchada y desnutrida, con fiebre, y era una mierdita de dos kilos y medio que igual tenía ganas de jugar y mear, sobre todo mear.

Y me acuerdo, y me dan unas ganas de llorar, cómo la podía llevar en una sola mano al veterinario, y me decía:

“Bueno, vamos a darle antibióticos y antiparasitario y esto otro.
Solo queda esperar porque tiene mucha fiebre.
Volvete en tres días.”

Y yo decía:

“No, no me voy a encariñar.
La tengo para que le haga compañía a la otra perra nomás, que no puede estar sola y yo necesito tener una vida.”
“Está en tránsito nomás, después veo qué hago.”

Y después pasa eso de que capaz se muere y no querés, a pesar de tenerla hace varios días nomás.

Y al final no se murió.
Y aprendió de todo.
Aunque tuvo sus épocas.

En una época se le daba por morder la pared, en una esquina. Le fue sacando el revoque de a poco.
La grande nunca hizo eso, pero lo aprendió de la chiquita.
Así me dejaron dos pedazos de la esquina faltantes, con muchísimas marcas de dientes en los dos huecos: uno a la altura de cada perra.

Y ahora ya no lo hacen.

Y yo me acuerdo, a veces, cuando me quiere lamer la cara y lo hace, y pasa la otra y va y le lame el culo con la misma lengua que recién estuvo en mi cara… y me da un asco.

Y me acuerdo que una vez trajo algo a la pieza y lo dejó en el piso.
Voy a ver qué está comiendo y deja una cosita chiquita que parece una piedra.
La agarro: es blandita, tibia, marrón.
La puta madre: trajo caca a la pieza.

La llevé al baño con la mano. La tiré al inodoro. Y vi que había más en el piso del baño.
Y como ya tenía caca en la mano… junté una a una, con los dos dedos sucios, cada una de las caquitas, y las tiré al inodoro.

Las cosas que uno hace por las crías.
De cualquier especie.
Es como que nos dan ganas de proteger a cualquier cría, de cualquier especie.

Salvo cuando un bebé llora en público.